Cuaderno de notas

En esta sección se incluyen algunos de los textos y reflexiones sobre el arte de actuar que Juancho Calvo publica de vez en cuando en facebook. Son breves inspiraciones (con un suave aroma zen) plantadas en el huerto de internet, pensadas para el actor y la actriz del siglo XXI y escritas para enriquecer el trabajo, la creatividad y el día a día del artista. 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

ACTUAR - VIVIR - POSAR

 

En el escenario de la vida, todos tenemos una pose, algunos tenemos incluso varias. Mi nombre, mi opinión, mi criterio, mis gustos, mis cosas, mis creencias, mi imagen, mi mente, mis palabras, mi pose. Cuando actuamos, en la escena y en el teatro del día a día, la pose se nos escapa, nos atrapa y nos traiciona. Y con ella nos engañamos y engañamos a los demás. La pose refuerza mi posición, mi visión, mi auto-imagen, me hace estatua siempre inmóvil en esta vida que tan solo es fija en su no dejar de moverse. Y la posición se vuelve im-posición, hacia mi y hacia los demás. Y esta película de mi mismo parece entonces transcurrir como una película de un único fotograma congelado, que se repite una y otra vez, generando así una película antigua bloqueada que está a punto de quemar el fotograma en el que se ha quedado atascada, siendo ese fotograma yo mismo y mi propia pose. Una película sorda y muda que no se escucha a si misma, que no se siente y, por lo tanto que no se cuida, que no cuida al otro y que no se deja cuidar. Esta vida mía parece más bien una única instantánea de mi mismo, falseada con el photoshop de la mentira, proyectada hasta la saciedad de forma automática, con la que me he obstinado en fotografiarme, con la que quiero que me fotografíen los demás, y desde la que me obstino yo en fotografiar todo lo que me rodea.

 

Y la vida pasa. Y yo poso, en un selfie falso e interminable. Viviendo la vida con mucha pose pero con poco poso. Y con esta pose petrificada hago de mi mismo una persona y un actor sin tripas, un maniquí construido con partes y trozos de maniquíes imitados, un figurín frío, rígido y muerto. Un maniquí que facilita que todos me vean, pero que impide que me vea yo. Un cuerpo-mente convertido en castillo solitario de la falsedad y de la reiteración, de la pose que se imita a si misma a cada segundo, buscando con su único gesto erigirse en el placer de su mentira, en parecerse lo más posible a su propio engaño. Y así esta pose mía se vuelve mueca, caricatura y esperpento de mi mismo, y se vuelve la atalaya desde donde sentirme fuerte e imaginar que combato y venzo a la realidad, pero desde donde no dejo que la realidad me toque y me mueva. Y aquí estoy yo... posando, con mi pose de listo, de tonto, de feliz, de víctima, de fiel, de sexy, de amoroso, de artista, de independiente, de niño bueno, de maestro, de sin-pose. Y de tanto posar confundo mi alma con mi pose y me olvido de mi mismo y de que poso. Y mi pequeña vida se endurece, se cuartea, se seca.

 

Y la Gran Vida se mueve. Pero yo no. Y entonces el dolor aparece. Y lo niego. Y entonces entra en escena el sufrimiento...

 

 

 

 

 

 

 

 

 

EL PUNTO DE PARTIDA

 

En nuestra creatividad y en nuestro trabajo artístico diario, la paz o la felicidad no es algo a intentar lograr, no es nuestro destino último. Es justo todo lo contrario: es nuestro punto de partida, es precisamente el espacio desde donde emerge la verdadera creatividad, la apertura, la capacidad de jugar y trabajar, de mirar las dificultades y de mirarnos a nosotros mismos y a los demás.

 

La felicidad, el amor, la paz, la satisfacción, esa tranquilidad vivida y respirada en silencio, no es el objetivo final que estoy persiguiendo conseguir, tampoco el merecido premio conquistado tras cada batalla ganada, ni la recompensa última recibida después de un duro día de rodaje, de función, de casting o de ensayos. El Silencio, la Paz, la Relajación, es justo lo contrario: es el origen, el punto de partida, el principio fundamental y fértil desde donde el día nace y desde donde la actividad se despliega. Este punto de partida inicial, mi hogar, no puede ser obtenido por mí como si fuera algo ajeno a mí. Este principio fundamental y fértil soy yo mismo, no es algo que "tengo", es algo que Soy, así que no puedo experimentarlo como una conquista sino como un descubrimiento, no como una obtención sino como un reconocimiento. Mi verdadero hogar soy yo. Precisamente por eso, la realidad que soy puedo verla muy claramente o puedo perderla de vista, pero nunca me puede ser arrebatada. Meditar no es fabricar nada, ni conseguir nada, ni acumular nada. No es inventar una casa maravillosa en un país lejano. Meditar es constatar vivamente que el hogar está aquí, que siempre estoy en casa, es evidenciar lo que yo soy originalmente, siempre nuevo, a estrenar, siempre aquí y ahora.

 

Para el actor y la actriz, hacer de esta evidencia el punto de partida de la actividad artística es la mejor manera de facilitar que el trabajo sea inmensamente más creativo y libre. Cuando el inicio del camino soy siempre yo mismo, yo me descubro como pura apertura y potencial, la senda está siempre abierta y el destino es siempre infinito.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

  INVITADOS Y ANFITRIÓN

 

Se acercan los Carnavales. Máscaras y personajes. Y esto me recuerda un secreto importante del arte de interpretar. Cuando yo actúo, a la fiesta de este arte todos los personajes están invitados. Todas las Voces. Dentro de este corazón de artista hay un actor maravilloso y otro con mucho miedo, también hay un niño que quiere jugar sin parar, y una persona que quiere amar, y otra que quiere ser amada. Aquí dentro también hay un yonki de aplausos, y un juez que lo critica y lo machaca todo, y un guerrero infatigable, y un arrogante que se cree mejor que nadie y también un pesimista que se compara y se ve inferior. También alguien que se empeña en que le vean, y también alguien que tiene miedo a ser visto. Y un torpe manojo de nervios y un altivo triunfador, un bellezón y un patito feo, el gran experto y el novato emprendedor. Y aquí dentro hay muchos más. Todos ocupando su sitio en este Yo inmenso, que cada vez que va a un casting, o que no le eligen, o que oye ¡Acción! y actúa, se agita y se tropieza con su propia multitud.

 

A veces quiero celebrar una fiesta privada, e invitar solo a esas voces que más me gustan: la confianza, la creatividad, el éxito, la conexión. Pero a la fiesta de ser actriz o actor todas las voces están invitadas. Intentar dejar alguna afuera puede ser un error. Se trata más bien de saber bailar con todas ellas, de que a todas se las escuche, que todas reciban su abrazo, en este carnaval de sabiduría y compasión. Al final, todos los personajes se van, la sala de baile queda vacía. Silencio.

 

Ninguna de estas máscaras son mi verdadero rostro. Estos personajes vienen, hacen su numerito, se van. Ellos son solo invitados.

 

Yo soy el anfitrión.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

   MI ROSTRO ORIGINAL

 

Todos tenemos un Yo, una máscara vital que cada mañana al levantarnos se coloca inconscientemente delante de nuestro rostro original, una mascara con la que experimentamos de forma segura el día a día y con la que cubrimos nuestra delicada alma para que de forma segura puedan experimentarnos los demás.

 

El maestro espiritual Osho dijo sobre el oficio de actuar: "Ser actor o actriz es una de las profesiones más espirituales del mundo. Si te tomas la vida como si fuera una actuación te comenzarás a mover en dirección a la espiritualidad. El mundo es un gran escenario. Tu coges el rol de madre, de padre, de hijo, de hermano, de hombre de negocios, de santo, de pecador. Son solo personajes, miles de ellos. Y sigues cambiando tus rostros una y otra vez. El actor vive en esa paradoja, por un lado tiene que identificarse con el personaje, por otro lado debe permanecer como el observador. Si tiene que hacer de Hamlet, debe olvidarse casi completamente de si mismo y hacerse uno con Hamlet, pero al mismo tiempo tiene que mantenerse también como el observador y saber decir "yo no soy Hamlet, yo no soy esto, solo estoy actuando". La clave está en actuar como si fuera la vida real y vivir la vida real como si estuvieras actuando". Con otras palabras, el gran actor y entrenador de actores Jacques Lecoq, maestro en el trabajo de la máscara, decía: "La máscara no es solo un objeto físico, es la disposición para expulsar la personalidad fuera del cuerpo y para permitir que un espíritu tome posesión de ella".

 

Para actuar, para "ser otro", es imprescindible "expulsar la personalidad fuera del cuerpo", que nuestro viejo Yo se haga a un lado y, sin interferir, deje paso al Nuevo Yo. Para ello no hay nada como practicar constantemente la caída de la máscara, de todas las máscaras, de manera que nos quedemos sin armas, sin murallas, sin rostro, abriéndonos sin miedo al espacio abierto y diáfano de nuestro potencial. Lo viejo ha de morir para que sea descubierto lo nuevo. Y lo nuevo y lo viejo han de morir para que sea descubierto lo original.

 

Por eso, en ese interludio, antes de que cualquier máscara, vieja o nueva, me cubra el alma, el maestro zen puede preguntarme: "¿Qué rostro tienes cuando no tienes máscara, cuando no tienes rostro?". No es casualidad que el maestro se sirva de ese conocido kôan zen para que el discípulo sea engullido por la pregunta. Una pregunta que por supuesto es muy extraña, pero cuya indagación puede llevarme a un descubrimiento que puede transformar mi vida.

 

"¿Cuál era mi rostro original antes de que mis padres nacieran?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

  ATRAPADO EN MI

 

Como actor, como actriz, ¿me he parado a pensar en esto alguna vez? ¿Estoy quizás demasiado en el centro, delante, detrás y en medio de todo? MI actuación, MI arte, MI trabajo, MI expresión, MI formación, MI técnica, MI currículum, MI videobook, MIS fotos, MI talento, MI éxito, MI fracaso, MI esfuerzo, MI carrera, MI oportunidad, MI frustración, mi, mi, mi, mío, mío, yo, yo, yo... ¡Por Dios!

 

¡Quizás este es precisamente parte del problema, de por qué todo me resulta tan difícil! Quizás nada de lo que creo que es tan terrible y me está ocurriendo es realmente mío y puedo soltarlo con facilidad. Y quizás nada de lo que creo que es maravilloso y tan merecido es realmente mío y también puedo soltarlo. Actuar libremente, entregándome al arte de ser otro, y entregando ese arte a los demás, quizás tiene más que ver con Algo que está mucho antes que este quejica y vanidoso yo. Y quizás también tiene más que ver con Algo que va mucho más allá de ese pequeño y caprichoso yo egocentrado.

 

Quizás, precisamente, actuar de verdad, fluir, darlo todo, soltar, ser transparente, sin esfuerzo, disfrutar, en realidad no tiene nada que ver conmigo, o desde luego no con este raquítico yo en el que poco a poco me he ido quedando atrapado. Quizás "el olvido de mi" es lo que puede traer el recuerdo inicial de una creatividad más original y una vida más sencilla que me están esperando al otro lado del espejo...

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

   

 

  SILENCIO

 

En el arte de actuar, especialmente en un plató de televisión o un rodaje, es fundamental descubrir que no hay dos tiempos, uno para el equipo y otro para el actor, sino dos trabajos: uno hacia afuera y otro hacia adentro. Ambos, equipo y actor, trabajan de forma acompasada hacia afuera y hacia adentro, saliendo y entrando, volviendo a salir y a entrar, como en una danza. Cuando el equipo detrás de la cámara trabaja hacia afuera, el actor se recoge y trabaja hacia adentro. Después, cuando el equipo se calla y se recoge en silencio, el actor se abre y muestra su trabajo al exterior. Mientras el equipo trabaja moviéndose y hablando, nosotros trabajamos en silencio, concentrándonos, repasando, masticando el texto, respirando, descansando, sintiendo, imaginando o restaurando la energía. Este es tu silencio. El cambio de turno lo marca la voz de "Acción". Entonces nosotros comenzamos a trabajar hacia afuera, moviéndonos, hablando, expresando, dando, y el equipo hace su trabajo atendiendo en silencio, grabando, concentrados, recibiendo al detalle todo lo que les damos. Este es su silencio. Saber relacionarse y fundirse con el equipo es bueno, pero saber cuál es nuestra necesidad y nuestra responsabilidad es crucial. Trabajar en un plató es saber moverse bien en este oleaje, como en una relación, yo y el otro, nosotros y los demás, adentro y afuera, como en un suave ritmo, como en una respiración consciente y sosegada: inhalación y exhalación.

 

Como actor o actriz, el silencio es una de las claves esenciales del trabajo. Silencio delante de la cámara y silencio detrás de la cámara. Es en el silencio en donde se germina la semilla de la creatividad y se maduran sus frutos. Muchas veces, especialmente actuando en televisión, el silencio detrás de la cámara es difícil de conseguir. Se trabaja con prisas, con agitación, con ruido, no se "hace silencio". Sin embargo, el silencio que fertiliza nuestra creatividad es otro, es de una calidad diferente, más profunda, no es un silencio que pueda pedirse o "hacerse" y por lo tanto no es un silencio que puedan quitarnos o pueda "deshacerse" y mucho menos porque un ayudante de dirección pegue un grito o unos técnicos hagan chistes a nuestro lado. Podemos pedir silencio afuera, pues es deseable que lo haya. Pero nuestra tarea es el silencio adentro. Y ese silencio, no el silencio que hay sino el Silencio que somos, no se hace, se descubre. Y una vez que ha sido descubierto, nadie nos lo puede arrebatar.

 

El silencio afuera es su silencio. El silencio adentro es mi silencio. Aprovechar mi silencio primero es la mejor manera de aprovechar su silencio después.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

   CREER Y CREAR

 

Frecuentemente en una película o en una obra de teatro el actor y la actriz se sienten bien arropados, pero en una serie de televisión a menudo el artista se siente como un espantapájaros abandonado en mitad del campo, vestido con un traje que no entiende, cableado con un micrófono, frío y rígido como un maniquí y en un lugar lleno de extraños. Sin un rumbo claro y "solo ante el peligro". Un director puede herir tu corazón de artista al reaccionar mal mostrando su angustia ante tu demanda, al darte una dirección sin alma o al abandonarte y desentenderse de ti en medio de ese circo de ruido y hierros. Hay directores torpes, huecos e incluso crueles. Pero a veces un director simplemente no te atiende porque está bloqueado intentando encajar el guión-puzzle que ha escrito alguien que nunca hace acto de presencia. A veces un director no te cuida lo suficiente simplemente porque no le cuidan a él y está peleándose con la inhumana cantidad de secuencias-escombro que le han echado al contenedor de su plan de grabación, mientras siente en su nuca la mirada fría de un equipo feroz que quiere irse a su casa a la hora. Muchas veces es así, el director está ardiendo en su propio infierno mental.

 

Pero ese incendio no es el tuyo. Como actor o actriz tú eres agua. No luches contra esa realidad, no te lamentes, no te quejes, fluye y sal adelante. Tú no eres un espantapájaros como el del Mago de Oz, buscando un cerebro, tú eres pura inteligencia y emoción. Si te aprieta esa especie de orfandad, no desperdicies ni un segundo en lamentos. Deja de rumiar tu desgracia y aprovecha este instante, antes de que la claqueta te coja desprevenido. En el coche de regreso a casa ya no podrás borrar eso que ahora detestas haber hecho en aquella escena, ni podrás ya añadir eso que no te atreviste a hacer en la secuencia.

 

Respira. Haz silencio, dentro y fuera. Abre tu espíritu y confía en todo lo que tienes a tu alrededor, confía en tu personaje, en el texto, en tu compañero, en tu cuerpo, en la realidad que vas a crear. Creer y crear son muchas veces la misma cosa. La realidad y tú sois uno, hazte realidad y la realidad se hará contigo. A veces todo se mueve fantásticamente y tú solo tienes que entrar en el tiovivo y dejarte llevar. Pero otras veces no hay tiovivo y eres tú quien tiene que poner todo a girar desde tu propio centro, con toda tu verdad, con tu mirada, tu energía, tu respiración, generando la realidad necesaria para que tu personaje y todos los demás podáis respirar dentro, haciendo que gire tu alma primero y luego todo a tu alrededor, expandiéndote más y mas. En el escenario. En todo el decorado. No eres un muñeco sin vida, eres un ser humano lleno de potencial. Crea la realidad en la que quieres vivir. Como en tu propia vida, conecta dentro primero, imagina, dale vida, alcanza tu verdad. Y compártela.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

   SERVIR PARA ALGO

 

La vida no es un monólogo, escrito, dirigido y protagonizado por mi. La vida es una escena coral, sin director y con un texto siempre improvisado a cada instante. La vida es una escena coral en la que todos los personajes son igualmente importantes, no solo yo y mis conocidos, también los desconocidos. No solo los personajes que están cerca de mi, también los que están lejos de mi, y los que ni siquiera he imaginado que existen. Y no solo los seres humanos, también los animales, las plantas, las montañas, los ríos, las estrellas.

 

La escena de mi vida no es la de un protagonista rodeado de personajes secundarios y figuración. En esta gran escena coral o ninguno somos protagonistas o todos somos protagonistas. Normalmente vivimos creyendo que protagonizamos nuestra propia película y, aunque la verdad no es esa, nos empeñamos en pensarlo así, viviendo el día a día como el personaje de una obra de teatro que aparece solo un instante para decir "la cena está servida" pero lo hace pensando que es una obra de teatro sobre un camarero que sirve una cena. Cuando actuamos, a veces hay que pensar de esta manera, "esta es la historia de un camarero que sirve una cena". Pero a la vez tenemos que ser conscientes de que estamos también simplemente para servir al otro. Sencillamente, pasar del "todo está aquí para servirme a mi" al "yo estoy aquí para servir al todo".

 

En la escena y en la vida misma, este giro tiene un gran poder. Puedo vivir sentado a la mesa esperando que todo el mundo me sirva, o puedo coger yo mismo la bandeja y servir a todo el mundo, no solo a las personas que conozco, también a las que no conozco y a las que ni siquiera he imaginado que existen. De esa manera, además de servir algo... estoy sirviendo para algo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

  VERSE DE CERCA

 

Desde hace algunas décadas, muchos actores y actrices, especialmente los que se han visto limitados por un excesivo vicio teatral, han buscado la manera de acercarse a la cámara para emprender el camino que les permita desplegar su arte también en el medio audiovisual, en el cine y en la televisión. Sin embargo, mientras a la cámara se la vea como a un artefacto extraño delante del que se actúa, ante el que se interpreta, al que hay que acercarse sin vergüenza y sin miedo, al que hay que poder mirar sin temor a ruborizarnos... el paso más importante del camino sigue sin haberse dado.

 

En la formación del actor audiovisual no se trata tanto de acercar la cámara al actor de manera que este no salga corriendo, ni de acercar el actor a la cámara como quien acerca un niño asustado a un perro para que lo acaricie y vea que no le muerde. El paso más importante es el de trabajar con la cámara para descubrir cómo el actor puede acercarse más a sí mismo y para descubrir cómo el actor puede acercarse más al espectador. Actuar ante la cámara no es actuar "para" la cámara sino actuar "a través" de la cámara para llegar al espectador, para llegar a los demás, a los otros seres humanos.

 

Actuar a través de la cámara es un ser humano dejándose ver muy de cerca por otro ser humano. Es conectar primero con uno mismo y conectar después con los demás, íntimamente, de verdad. Entonces la cámara deja de ser algo fijo que nos mira fríamente y se convierte en un espejo lúcido en el que mirarnos y en el que reflejar nuestra verdad y la de los demás. Entonces la cámara deja de ser un ojo que nos juzga cruelmente y se convierte en un gran corazón abierto que nos acoge tal y como somos y que nos recuerda todo lo que podemos ser. Entonces nosotros podemos realmente conectar sin miedo y nos podemos mirar a nosotros mismos ampliamente y con amor. Entonces, y esto es lo realmente mágico y poderoso, los que nos ven a través de la cámara conectan además consigo mismos, se ven a si mismos, y el cine entonces se vuelve profundamente humano, universal y transformador.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

   DAR VIDA

 

Hay directores que llenan de marcas al actor, llenando de marcas el escenario, el objetivo, la emoción, la voz, el gesto, el cuerpo... Algunos lo hacen con tal detalle y rigor que literalmente asfixian al actor. De esta forma, aunque creen que controlando al actor controlan al personaje, en realidad amordazan el espíritu del actor, y amordazan así el espíritu del personaje. De la misma manera, hay personas que andan controlando a los demás intentando que hagan, que sean, exactamente como ellas quieren, también amordazando así el espíritu de los demás y castrando así el espíritu de la vida profunda y única de cada uno.

 

Por otro lado pero de igual manera, hay actores y personas que quieren saber y controlar lo que van a hacer, sentir y decir a cada segundo, porque creen que su personaje es un robot que pueden manejar frase tras frase, gesto tras gesto, siguiendo la línea de puntos para conseguir el dibujo perfecto. Es cierto, el personaje ha de verse por encima de todo y ha de ser de una manera determinada. Pero también es cierto que si el actor y la persona no respiran con amplitud, el personaje no cobra vida. Marcas, cuerpo, objetivo, emoción, voz, gesto... Sí, pero hay algo mucho mayor que la simple suma de las partes. Y este algo-superior es precisamente lo que el actor ofrece generosamente al personaje a cada instante: su respiración, su mirada, su espíritu, su propia vida, su alma. Como en una reanimación, como en un boca a boca, un ser dando vida a otro ser. No con mandatos ni instrucciones, sino dando respiración con respiración, dando vida con vida. Es el espíritu precisamente lo que resuena y se conmueve en la relación actor-personaje y también en la relación personaje-espectador.

 

Si acorralamos al artista o a la persona en un ataúd de indicaciones, o si el actor se acorrala a si mismo metiéndose en su propia camisa de fuerza, conseguiremos un personaje que se moverá, hará, dirá, gesticulará, ... pero que no será. Y tendremos un artista que se sentirá continuamente controlado y examinado, desde el exterior o desde su propio mandato, y estará siempre nervioso, o en shock, o avocado a la frustración, pues no habrá realizado el anhelo de su verdadera vocación, de su arte, que es animar, reanimar, amar, dar vida, ser. Perderemos un personaje. Y perderemos un actor. Siempre hay una transferencia inevitable del actor al personaje, y no hay que tener miedo a ello. Lo más importante es que además siempre hay también una transferencia del personaje al actor y, entre personas, de los unos a los otros. Ahí radica precisamente uno de los grandes milagros del arte de actuar: el personaje también nos enseña, también nos reanima, nos transforma, nos sana. Ser otro, hacerse uno con el otro, respirar juntos, el mismo aire. Dar vida. Recibir vida. Sanando el actor. Sanando el público. El arte de interpretar es el arte de dar vida a lo más profundo del ser humano, de forma que los seres humanos sanen lo más profundo de sus vidas. El arte de dirigir es el arte de despertar esa vida y animarla para que encuentre el mejor camino hacia la libertad.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

  DEJARSE MOJAR

 

El otro día volvió a pasar. Un actor comienza su toma largando el texto a tal velocidad que llega al final de su monólogo completamente intacto, como quien ha cruzado rápidamente la calle bajo la lluvia para no mojarse, como quien resopla aliviado tras haber cruzado corriendo la línea de batalla sin haber recibido ningún disparo. Tras la voz de "¡Corta!", él va a sentarse de inmediato, pero yo le detengo, le hago quedar de pie, solo y en silencio, respirando y escuchando el eco de sus propias palabras, y de repente... para su sorpresa, recibe el golpe de una gran ola de emoción y se ahoga súbitamente en un inesperado mar de lágrimas que no sabe de dónde vienen y que casi asustado no consigue controlar.

 

A menudo vamos tan rápido, en escena, en la vida, que -sin movernos del sitio- generamos nuestro propio jetlag particular, nuestro cuerpo está aquí, nuestra mente allí, las palabras por acá, el sentimiento por allá. Estamos muy lejos de nosotros mismos. Hemos aterrizado una parte de nosotros pero la otra todavía no ha llegado. Y como seguimos en nuestra huida hacia adelante, nuestro corazón no solo llega tarde a nuestro encuentro, a veces nunca nos encuentra. La gran ola se acerca pero no quiero mojarme, y resulta que actuar (y vivir) es quedarse de pié en el rompeolas y abrirse de brazos para empaparse. Están disparando y me escondo en la trinchera, cuando actuar (y vivir) es salir del zulo sin chaleco y quedar de pié a pecho descubierto para dejarse matar. Huyo como quien huye de la gran ola o del enemigo, pero la huida es imposible porque en realidad huyo de mi mismo. Siento la vida como un poderoso tsunami que hay que contener, y así huyo cerrando el corazón para que la vida-tsunami de afuera no entre y arrase adentro, y para que la vida-tsunami de adentro no salga y arrase afuera.

 

Ir despacio no es garantía de nada, pero es el primer paso para abrir espacio y sentir. La clave no está en el tiempo, en la velocidad, sino en el espacio, en la amplitud que abro en mi para que la vida pueda entrar y salir y pueda desplegarse. Es cuestión de abrir espacio, de respirar, de hacerse amigo de la nada y de no tener miedo de que el mar se me trague. El mar es siempre profundo, misterioso y poderoso. El miedo al silencio me impulsa a llenar el tiempo con palabras, aunque estas estén huecas. Y el miedo a la quietud me impulsa a llenar el espacio de acciones, aunque estas estén vacías. Pero el silencio, el espacio abierto de la nada, es la tierra fértil en donde siembro las semillas de mi palabra y así el texto puede germinar y dar frutos. El silencio es el espacio abierto en donde la mirada del actor y del personaje pueden hacerse una y pueden realmente ver y ser vistas. Ábrete. Haz hueco. Siente. Respira. Permite que tus propias palabras lluevan sobre ti primero y te mojen dentro. Cuando el actor guarda silencio genera silencio en el espectador y se abre el espacio en donde la conexión es posible. El micrófono quiere escuchar tu voz, pero la cámara quiere escuchar tu alma en el gran espacio del silencio. Si quieres tocar a los demás, ábrete y déjate tocar tú primero. Si quieres que tu ola llegue a los demás, no salgas corriendo, abre los brazos y mójate tú primero.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

  CONFIANZA

 

Oigo la voz de "¡Acción!" y un precipicio se abre a mis pies.

 

Pero no pasa nada. La Realidad, la escena, el personaje, la propia cámara, la verdad de lo que está siendo a cada momento, quieren jugar con sus hijos actores e hijas actrices a su juego favorito: tú te dejas caer y la realidad te coge en sus brazos. Este juego, que todos disfrutamos alguna vez cuando éramos niños, se llama El Juego de la Confianza. Antes nos generaba un ligero miedo, que al superarlo nos regalaba un inmenso placer. Ahora muchas veces es el miedo el que gana, y el placer cuesta encontrarlo. Sin embargo, las reglas siguen siendo las mismas: siempre que te sueltas, la realidad te recoge. No hay forma de pillarla despistada o desprevenida, sea cuando sea, donde sea, como sea, siempre, la realidad está aquí y siempre te recoge. Es más rápida que tú, te rodea por todas partes, tiene millones de brazos, manos enormes y suaves siempre abiertas y listas para cogerte.

 

Aún así, en este juego con la verdad, hay una forma de hacer trampa, y es no confiar en la realidad, en la escena, en el personaje, sino en otra cosa, que pienso que impedirá que me estrelle contra el suelo al caer: mi técnica, mi objetivo, mi control, mi ensayo, mi truco, mi velocidad, mi pose, mi fórmula. Pero ese no es el juego de la confianza sino el de la seguridad, y ese juego-trampa nunca funciona.

 

Si, como artista o como persona, me agarro desesperadamente a algo fijo para sentirme seguro, ahí mismo inicio el duelo seguridad/inseguridad y ahí mismo siembro el miedo al desastre y ese miedo es precisamente el gran causante de que mi vida, en escena y en el día a día, esté siempre acobardada y no se despliegue plenamente. Ese truco que yo utilizo para sobrevivir en la escena es precisamente lo que me impide vivir en ella. La seguridad y la inseguridad son las dos caras de una misma trampa, de un mismo obstáculo, que es importante observar en el arte de la interpretación y fundamental en el arte de vivir. Más allá de estas, más allá de la sensación de falsa-seguridad y falsa-inseguridad, está la Confianza total, en donde se evaporan el miedo, la angustia, la imitación, el control, el agotamiento, y de donde surgen a cada instante la verdad, la renovación, el placer y la libertad auténtica.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

  LA OTRA ORILLA

 

Como actor o actriz estoy continuamente buscando la manera de actuar mejor y pienso que necesito estudiar, entrenarme, formarme, hacer cursos, talleres, aprender técnicas, trucos, métodos, saber lo que el personaje necesita, lo que quiere, lo que busca, su objetivo, su pasado, su línea de pensamiento, su conflicto, su emoción, su diana... Esto puede resultar eficaz y además forma parte del aprendizaje habitual. Experimentar, ponerse a prueba, explorar, aprender, conocer, avanzar. Hasta que en una sesión con actores escuchas cosas del tipo "ayer nos enseñaron una técnica de actuación muy difícil pero muy buena" o "necesito entrenar más mi conexión". Entonces adivinamos un posible peligro cuando "entrenamos" nuestro arte como quien entrena en un gimnasio, convencidos de que es solo cuestión de voluntad, de tiempo y de esfuerzo. Sumamos profesores, cursos y fórmulas, como quien suma abdominales en la colchoneta o kilómetros en la cinta de correr, una cinta continua que nos agota y nos hace creer que avanzamos, pero que nos retiene siempre en el mismo lugar.

 

En esencia, lo mejor que podemos "entrenar" es el darnos cuenta de que no hay nada que adquirir. Entreno el perderle el miedo a dejarme llevar, el comprobar que cuando yo me abro todo se abre. Entreno el tomar consciencia una y otra vez de lo mucho que disfruto cuando actúo libremente. Pero todo esto es algo que ni se adquiere ni se acumula, sino que se descubre. Y esto es algo que se descubre siempre en el presente, siempre aquí y siempre en este preciso momento. En cuanto empiezo a "entrenar" pensando en el futuro, que así conseguiré adquirir algo que no tengo… se crea "la otra orilla" y entonces necesito una barca, un barquero, unos remos, mucho esfuerzo y mucho tiempo. Y ese es el freno verdadero, ante un obstáculo falso. Por eso entreno el ver con claridad que no hay obstáculo real, solo un engaño oculto en forma de miedo y un miedo ocultado en forma de engaño. Lo único que me impide realmente entregarme en este preciso momento, conectar, darlo todo, soltar, dejarme llevar, es precisamente el auto-engaño de que necesito menos miedo, más práctica, más preparación, más tiempo y más esfuerzo para lograr esa entrega, esa conexión. Y así creo la otra orilla, ideal pero inalcanzable, y así pospongo el presente, así lo evito y así me evito a mi mismo.

 

La oportunidad aparece siempre aquí y siempre ahora. Buscando la solución en el después, en el otro, en la barca que me llevará a la orilla del éxito, tan solo hago más grande el problema y alejo a una mayor distancia imaginaria la orilla imaginaria de un logro imaginario. Esto aumenta mi anhelo, pero también mi frustración y mi estrategia para superarla. Niego mi talento y detesto una de las caras más preciosas que tengo: mi miedo. Me niego a mi mismo por dentro y por fuera. Por eso, debo tenerlo mucho más claro: entreno ver con claridad que no hay dos orillas, que solo hay una, que no necesito nada externo, que debo dejar de mendigar, que no necesito ser otro, que no tengo que ir a ninguna parte, pues siempre estoy en el instante perfecto y siempre soy perfecto tal y como soy.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

   DEJARSE VER

 

Como dijo el poeta: "El ojo que tú ves no es ojo porque tú lo ves, es ojo porque él te ve”. Cuando actuamos delante de la cámara es bueno pensar de la misma manera para descubrir la esencia de este arte: "La cámara que tú ves no es cámara porque tú la ves, es cámara porque te ve".

 

De igual manera, y precisamente para completar esa relación, para cerrar ese círculo de reciprocidad, podemos decir "el actor que tú eres no es actor porque ve al público, es actor porque se deja ver por el público, no es actor porque ve la cámara, es actor porque se deja ver por ella". Así pues, no te obceques con esa cámara que tú ves frente a ti, no te sientas intimidado por ella, no te sientas impedido. Muy al contrario, salta sin miedo, pues esa cámara es tu mejor red, déjate ver, abre tu alma y muéstrala sin reparos.

 

Ver una cámara puede dar miedo, pero es un miedo superficial. Dejarse ver por ella produce un miedo más profundo, pero ese es precisamente el miedo que nos ayuda a crecer. Lo que veo me informa. Lo que dejo ver me transforma.

 

Cuando te colocas delante de una cámara te colocas delante de un ser humano exactamente igual que tú, te colocas con toda tu humanidad delante de toda la humanidad. Todo está contigo. Todo eres tú. No tienes nada que ocultar. El arte de actuar es el arte de dejarse ver. El arte de actuar delante de la cámara es el arte de dejarse ver muy de cerca. Lo primero es abrir tu corazón. Lo siguiente es mostrarlo sin miedo de manera que se pueda ver.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

   SUELTA EL EQUIPAJE

 

Todo el equipo se prepara, oyes "¡Acción!" y notas la presión. De hecho, llevas un rato cogiendo carrerilla para, a golpe de claqueta, saltar con impulso, crear con esfuerzo esa realidad diferente y luchar con tu concentración para mantenerte en ella todo lo posible.

 

Lo cierto es que tu interpretación no la "haces" y la "metes" en la escena. No la empujas para que entre, ni la tienes que contener para que no se escape. No la traes de ningún sitio, ni la llevas a ningún sitio, ni necesitas esforzarte para aguantarla en ningún sitio. Todo está incluido Aquí y Ahora, siempre. No estás tú a un lado, la escena al otro lado, tu interpretación por aquí, tu personaje por allá. Lo cierto es que todo está siempre Aquí. Tú siempre estás donde está la realidad y la realidad siempre está donde estás tú. La realidad, la escena, se sostiene por si misma, a cada instante, y a la vez te sostiene siempre a ti. Simultáneamente, cuando tú actúas, tú estás creando la realidad en la que tú mismo vives. Así que tú sostienes la escena y la escena te sostiene a ti. Simultáneamente.

 

¿Pero cómo sostener lo que a la vez me sostiene a mi? Simplemente ábrete, conecta con ello, déjate sentir, vive dentro, hazte uno con la realidad que estás viviendo y verás cómo inmediatamente desaparece tu esfuerzo y tu necesidad de sostener o empujar nada. No es que, si no aprietas fuerte tu actuación la realidad se te escapa. Es más bien al contrario, si tú aprietas demasiado fuerte... tú te escapas de la realidad. La verdad es que nunca puedes escapar de la realidad, pero puedes estar en ella relajadamente o con esfuerzo, abriéndote o cerrándote. Actuar tiene más que ver con abrir que con cerrar. Es como si, una vez dentro del tren en movimiento, quieres sostener en brazos tu maleta todo el viaje para asegurarte de que la maleta llega al destino contigo. Obviamente, una vez que el tren de la escena está en movimiento, todo está en movimiento, todo se mueve y todo está incluido en la escena, que avanza con todo dentro, incluido tú.

 

Suelta el equipaje. La realidad y tu interpretación son igual que un tren. Una vez oyes "acción", la realidad se pone en marcha con todo dentro, entonces todo es real, todo surge en esta realidad, de la que tú formas parte y de la que recibes toda la vida necesaria. Puedes abrirte, soltar tu maleta, no hace falta empujar nada, todo avanza en unidad en el gran tren de la escena. Una vez que oyes "corten", has llegado a tu destino, el tren se detiene, esa realidad llega a su fin. ¿Acaso tienes que esforzarte ahora para ser tú mismo de nuevo? ¿Acaso dejas una actuación y comienzas otra, dejando una maleta en el suelo y cargando otra maleta para subirte a otro tren que te lleva a otra parte? No tienes que ir a ningún lado. Nunca vas a ningún lado. Siempre estás aquí, siempre eres aquí. Simplemente, ahora otra realidad se ha puesto en marcha y, como siempre, tú estás dentro de ella y, si te abres completamente, en ella está todo lo necesario.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

  ESTÁS DONDE ESTÁN TUS PIES

 

Como actor o actriz, la realidad que se te presenta a cada instante es la inspiración más rica y poderosa que jamás puedes encontrar. Como en tu propia vida, darte cuenta de que ya eres uno con la realidad es siempre mejor que andar pensando que estás separado y que tu tarea es hacerte uno con ella. Lo peor de todo es cuando crees que no puedes lograr hacer esa "tarea inventada de la unidad" porque cargas a la espalda con una mochila llena de dudas y miedos.

 

De esa mochila continuamente sacas y metes cosas. Por un lado, en la escena sacas trastos ajenos a la escena. Por otro lado, metes en la mochila cosas de la escena que luego sacas cuando estás fuera. En la vida muchas veces hacemos igual, traemos cosas que no son del momento y cogemos cosas que sacaremos después. Eso es una locura que dificulta mucho nuestro fluir natural y el de los demás.

 

Si en la escena te están apuntando con una pistola, tu realidad es esa pistola, el miedo a morir. Cuando la escena termina, si sales a la calle con todos para tomarte una cerveza, entonces tu realidad es esa cerveza, el placer de una cerveza bien fría. Un actor dividido interfiere con su escena cuando crea una realidad paralela con su sabotaje interior, quedándose a medias y pensando como un actor vacilante, no como alguien a quien le están apuntando con una pistola. Pone su mochila entre la pistola y él, así que el público no le ve a él sino que ve la mochila. Luego sale a la calle a tomarse una cerveza con todo el equipo, pero él rumia una y otra vez lo mal que lo ha hecho en la escena, y así interfiere con la cerveza y no consigue disfrutarla. Se acerca a la barra del bar, saca de su mochila la pistola de antes y se la pone en la sien. Y ahora todos ven la pistola. La unidad se ve, la división también.

 

En la interpretación, no puedes estar a la vez con un pie aquí y con otro pie allá. En la vida tampoco. Tus pies solo están donde tú estás. Y tú solo estás donde están tus pies. Has de saber "entrar en la realidad" de pleno y has de saber también salir de pleno, para entrar en lo siguiente. A cada instante. Continuamente. Un actor centrado y unificado hace sufrir a todos cuando siente cómo se le secan los labios de miedo cuando le apuntan con una pistola. Después sale de allí y ríe con todos mientras siente el placer de cómo los labios se le refrescan con un trago de cerveza bien fría. En el zen, el maestro dice: cuando camino, camino, cuando como, como, cuando duermo, duermo. En la actuación, el actor dice: cuando actúo, actúo, cuando tengo miedo porque me apuntan con una pistola, tengo miedo porque me apuntan con una pistola, cuando disfruto de una cerveza, disfruto de una cerveza.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

  EL ARTE DE SOLTAR

 

El otoño está aquí. Las hojas cubren el suelo del parque y me regalan su murmullo crujiente y amable, susurrándome a la vez una enseñanza magistral: es tiempo de soltar. Y lo más importante, es tiempo de soltarme. En el alma del actor siempre ha de haber espacio y tiempo para este otoño interior. Inhalación y exhalación son igualmente importantes, pero estos días la naturaleza, si me fijo bien, me brinda la formidable enseñanza de su propia exhalación, de cómo morir un poco para volver a nacer de nuevo. No quedarme pegado al pasado, a lo fijo, a la rutina. El árbol del actor está lleno de ramas y estas ramas están llenas de hojas que han de caer a su debido momento: el maestro del que me sentí devoto, la técnica que me hizo sentir seguro, el aplauso que me hizo sentir grande, la crítica que me hizo sentir pequeño, lo que me sirvió de muleta pero caducó y quedó amarrado a los pies del alma en forma de grillete, incluso todo aquello que amé y estuvo lleno de vida pero que luego empezó a descomponerse y terminó oliendo a cadáver.

 

Soltarlo todo. Soltarme de todo. También soltar inmediatamente la nefasta toma primera que acabo de rodar, el tropiezo farragoso que ha supuesto olvidar ese texto, la terrible función de la que he salido tan frustrado, el ensayo catastrófico que me hace pensar en el futuro desastre, el casting perfecto del que salgo pletórico y convencido de que me van a llamar. Soltarlo todo. Soltar la mochila llena de éxitos y fracasos, la mochila llena de trucos viejos, fórmulas y claves, la mochila llena de vicios gastados, tics y muletillas. Soltar la culpa, la vergüenza, el mérito, el complejo, el premio y el castigo. El artista ha de abrir continuamente la mano del pensamiento, ha de ser siempre un árbol de hoja caduca. Y siempre: soltar.

 

Finalmente, el árbol ha de prepararse sin miedo para lo nuevo, pues eso es lo único que lo mantendrá con vida. No solo soltar y soltar y soltar, sino sobre todo soltarme, soltarme, soltarme. Soltarme a mi mismo y dejar de imitar mi viejo yo. Dejarme caer, hacer del tropiezo y el olvido un arte, pasar página, quemar hojarasca, podar y podarme, soltando no solo la ropa sino también la percha misma, aquello con lo que me etiqueto y me engordo con esa atiborrante sensación de ser yo, de ser yo el peor o de ser yo el mejor. Soltar el sujeto, el héroe, el mártir. Soltar el predicado constante, el drama personal y la propia telenovela. Soltar la oración completa y quedarme solo con el verbo, un verbo siempre en gerundio, simplemente siendo, un continuo proceso cambiante, un seguir viviendo, respirando, actuando, descubriendo, aprendiendo y (especialmente en estos días tristes y hermosos de otoño) aprovechando a cada instante cualquier oportunidad para ahondar más en el arte de soltar, de soltarme y de dejarme caer al vacío.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

  TAL Y COMO SOY

 

La verdad es hermosa, tal y como es, especialmente cuando es tal y como es. En el arte, en la vida, en el cine, en la interpretación, en las relaciones personales, en la pareja. Vivir es como bailar. No es pensar y posar, es sentir y permitir que mi vida se mueva tal y como es. Tan solo el miedo, precisamente el miedo a ser tal y como soy, a que nos vean tal y como somos, es lo que nos hace falsear y fingir, tensarnos, limitarnos, escondernos, sufrir. Tal solo el miedo, precisamente el miedo a que la vida sea tal y como es, a ver todo tal y como es de verdad, es lo que nos hace forzar las cosas, manipular, controlar, esconder, engañar y engañarnos.

 

Se trata de ser valientes, primero con nosotros mismos, para intimar con nuestra propia vida y vernos tal y como somos, para abrirnos hacia adentro y hacia afuera, y mostrarnos tal y como somos, e invitar así a que los demás puedan ser valientes también, para verse reflejados, para abrirse, para abrazar la vida y la humanidad en toda su inmensidad. Mi libertad y la libertad de los demás. Mi respeto y el respeto de los demás. Observar. Sentir. Escuchar. Estar disponibles. Transformarse. Reconocerse enteramente libres desde el principio y reconocer a los demás igualmente libres también, desde el principio. El reto más importante es el más sencillo: ser tal y como soy. Reconocer los aspectos más oscuros de la humanidad, que están en mi y que están en todos. Reflejar las mejores cualidades de la humanidad, que están en mi y que están en todos. ¿Qué estoy buscando? ¿Cuál es el camino? ¿Cómo se teje mi vida con la vida de los demás? ¿Cómo se teje nuestra vida en esta existencia compartida siempre en movimiento?

 

El arte, la vida, no es una pose, una idea, y mucho menos una idea falsa. La vida es un gesto profundo de valentía, de libertad, de verdad. El arte de interpretar, de crear, es muy parecido al arte de vivir. Ser valiente, honesto, amable, respetuoso con uno mismo, tomar la libertad que me fue dada desde el origen y vivir recordando y actualizando constantemente que los demás merecen toda nuestra honestidad, toda nuestra amabilidad, nuestra entrega, nuestro respeto, y que son igualmente libres desde el origen.

 

Vivir para transformar mi vida, vivir también para transformar la vida de los demás, vivir para dejarme transformar por la vida de los otros. Tal y como soy. Tal y como son. Libremente. A esta danza, todo el mundo está invitado.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

  ÁBRETE Y RESPIRA

 

En la escena, la creencia de que estoy solo ante el peligro es precisamente lo que me pone en peligro, en el peligro de estar solo, de trabajar solo, de respirar solo. Y ante el peligro, la creencia de que solo yo puedo salvarme a mi mismo es precisamente lo que me hunde, y lo que hace que se hunda la escena conmigo, arrastrando al fracaso a todo lo que está dentro de ella. La paradoja maravillosa es que yo estoy dentro de la escena y a la vez la escena está dentro de mi. Yo solo puedo vivir en la escena si la escena esta viva. Y la escena solo cobra vida si recibe la vida de mi.

 

Esta vida la doy y la recibo a cada instante y simultáneamente, porque es siempre la misma y única vida. La escena no es algo que existe previamente, como una habitación llena de "aire mágico" en la que yo entro con el deseo de poder respirar una realidad artística especial, una emoción, un drama, un personaje. El único aire posible es el que yo mismo puedo crear cuando me abro a la escena. La única asfixia posible es la que yo mismo me puedo provocar, aislándome, colocándome la máscara del miedo, de la racanería, del egoísmo y de la autosuficiencia. Cuanto mas respiro la escena, más aire la escena me da. Cuanto más me cierro en mi mismo, menos aire la escena me da. Yo necesito la escena tanto como la escena me necesita a mi. Yo necesito su oxígeno tanto como la escena necesita el mío.

 

No existe una salvación individual, solo existe la salvación colectiva. Porque yo y la escena no somos dos, somos uno. Mi compañero y yo no somos dos, somos uno. Yo doy vida a mi compañero y mi compañero me da vida a mi. Mi compañero es la escena. Yo soy la escena. Como en la vida misma, como en las relaciones, como en el trabajo, como en el planeta. No es posible el escaqueo ni el gorroneo, tampoco el triunfo individual ni el éxito separado. No hay nada con lo que yo dañe a la escena que no me dañe también a mi. No hay nada con lo que yo beneficie a la escena que no me beneficie también a mi. Como en la vida misma, no hay nada que yo pueda robar a la escena y quedármelo solo para mi, pues yo estoy dentro de ella y todo lo que pienso que es mío, es de ella, incluso yo mismo, que no tengo más vida que la que tengo dentro de ella. Salvar el texto es salvarme yo. Salvar la escena es salvarme yo. Salvar al compañero es salvarme yo. Todo lo que atesoro de forma egoísta se vuelve contra mi. Todo lo que doy de forma gratuita me vuelve multiplicado. Generosidad hacia la escena, hacia el compañero, hacia el texto, hacia la cámara, es generosidad hacia mi.

 

No puedo arrinconarme respirando solo mi propio aire gastado, en un círculo vicioso cerrado que me asfixia en el miedo y el control. La respiración que guardo solo para mi me atraganta y me envenena. La respiración que comparto con el mundo abre mis pulmones y me da la vida. Respirar la escena, respirar al otro, soltar, abrirme, relacionarme. Con mi aislamiento y mi protección, cualquier espacio se convierte inmediatamente en una cámara de gas. Con mi generosidad y con mi entrega, cualquier espacio se convierte instantáneamente en una inmensa bocanada de aire fresco. ¿A qué esperas? Ábrete y respira.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

LA GRAN OPORTUNIDAD

 

Se acerca la Noche Vieja. Mucha gente celebrará el final del año que queda atrás y el inicio del nuevo año que se abre ante nosotros. Nuestra idea de tiempo es lineal, como parece ser nuestra existencia, que va sumando minutos, días, noches viejas, años nuevos... como una obra de teatro o una película, que va sumando fotogramas, planos, frases, escenas... hasta que, igual que en nuestra propia vida, llegamos al inevitable final. El Tiempo parece así una apisonadora existencial en forma de reloj de arena que a la vez que va sumando va restando, hasta que irremediablemente todo se acaba. Por eso este regalo efímero que llamamos Vida o Tiempo es tan valioso y por ello se nos insta constantemente a aprovecharlo al máximo, en lugar de a gastarlo con tareas sin fin y distracciones infinitas. Es por todo esto que ya desde la antigua Grecia se habla de dos concepciones de tiempo muy diferentes: Chronos y Kairós.

 

Chronos se corresponde con el tiempo lineal, imparable, que podemos medir en minutos y organizar en nuestra agenda. Este es un tiempo que se refiere a la cantidad. Por otro lado, Kairós se corresponde con el tiempo como oportunidad, con el aprovechamiento de ese instante perfecto que no se puede medir, solo se puede experimentar, pues no tiene que ver con la cantidad sino con la cualidad. A Chronos lo vemos todos continuamente, no hay más que mirar el reloj, ver subir el telón o escuchar la claqueta y la voz de "¡Acción!". El cronómetro corre y luego se detiene, oímos "¡Corta!", baja el telón, final. Pero Kairós resulta más difícil de ver, pues está más relacionado con la intuición y con cómo aprovechamos ese tiempo, de manera que pueda convertirse o no en una oportunidad. Podemos pasarnos la escena llenándola de acciones y parloteando mientras esperamos que "esto termine" y llegue "lo siguiente", o podemos abrirnos en cuerpo y alma para dejarnos atravesar por la posibilidad de cambiar y transcender. Chronos es la línea horizontal que avanza hacia adelante, Kairós es la línea vertical que la atraviesa. Chronos y Kairós están creando constantemente un cruce dinámico "tierra-cielo" que pone límites en el Aquí y abre posibilidades en el Ahora para que se despliegue todo el potencial de la existencia. Puedo descorchar una botella de cava y celebrar que he pasado una página más del guión o puedo vivir esta vida como un guión que se está escribiendo a cada instante y que me brinda estar atento a la oportunidad de dejarme atravesar y dar el gran salto.

 

Así el tiempo no se mide en segundos, días, semanas, sino en posibilidades para mirar, despertar, atreverse, comprender, crecer, desprenderse, agradecer. Entonces la vida no te grita con matasuegras ni te da doce campanadas en la cabeza, solo te da una, justo en el momento oportuno y siempre en el corazón. Y te susurra: "¡Ahora!", "¡Eso es, venga!", "¡Este es el Momento!". Entonces parece que Chronos ha hecho su trabajo para llevarte hasta este preciso instante y por eso ahora se detiene. Entonces todo puede tomar otra dirección. Este momento no está escrito de antemano en un calendario colectivo ni es una gala pregrabada con cotillón. Kairós, este momento de oportunidad perfecta en el que la vida nos abre la puerta hacia lo realmente nuevo, es diferente y único para cada uno de nosotros. Cuando vemos el tiempo de esta manera, entonces no solo descorchamos una botella de cava al oír las doce campanadas, entonces nosotros somos la botella y la vida, si nos entregamos sin miedo, puede descorcharnos en cualquier momento. Entonces la vida no solo está llena de oportunidades... entonces la vida es la Gran Oportunidad.